Archivo de marzo 2008

28
Mar
08

Viernes 28 de marzo: desabastecimiento de carne

25
Mar
08

Martes 25 de marzo: llegada de dos nuevos osos a la colección

Andi & Wally

Osa de peluche de ocho meses, acompañada por su oso de peluche y canasto con dos perros, para satisfacer a los admiradores de osos y caninos.

Don: Andi

INV-2008-7

24
Mar
08

Lundi 24 mars: arrivée d’un nouvel Ours-Poussin (ou un Poussin-Ours?) dans la collection

dsc00191.jpg
Ours déguisé en Poussin (ou Poussin déguisé en Ours? ).
Peluche à trois tonalités de jaune. Peau et pattes poussinesques, mais tête et âme ursines. Capuche avec un bec de poussin. 15 cm x 10 cm.
Don: Anabear.
INV-2008-6
23
Mar
08

Domingo 23 de marzo: llegada de un nuevo oso para la colección.

GOLOSINO

dsc00198.jpg

Oso de chocolate belga, destinado al festín canibal de pascua…. Hmmmmm…. 10 cm x 5 cm.

Don: Eric, l’Ourson

INV-2008-5

09
Mar
08

Febrero 27: Llegada de un nuevo oso a la colección

SATURNO

saturno-1.jpg

 

Oso de peluche, compuesto de fibras de poliester, ojos de plástico negro, boca bordada, vestido de escolar británico y con la cinta roja de Lucha contra el SIDA.

Donación: Iván

INV-2008-4

09
Mar
08

Sábado 23 de febrero: Lectura en L.I.R.I.C.O de «El Ogro de la rue Jouy»

Apurando el paso, la señora Adler se encaminó hacia el lugar indicado por la vendedora y se extravió en una selva de juguetes, dejando a sus espaldas una hilera de estanterías con trencitos eléctricos, autos, motos de colección, soldados de plomo o caballeros medievales con armadura, fortalezas, castillos inexpugnables y hasta un dragón, del tamaño de un gato, que vomitaba llamaradas anaranjadas de papel celofán.
Dobló a la izquierda y fue bordeando estanterías atestadas de muñecas que lucían cabelleras de crin de caballo, todas muy bien vestidas, con sombreros o sombrillas, con bebés que lloraban o abrazaban angurrientamente un biberón.
Siguió caminando entre estanterías con rompecabezas, juegos de magia, juegos de química, juegos de damas, juegos para desarrollar la memoria, para ayudar a contar, para aprender a leer y a escribir, el juego de la vida, el estanciero, el TEG, el Monopoly, un ajedrez.
De pronto, descubrió un afiche, donde podía leerse, en la parte superior, escrita con letras mayúsculas “Osos de peluche, Sueño feliz”, que mostraba una cama enorme, con unos diez osos insomnes, acostados en fila, ordenados de menor a mayor, algunos vestidos con un pijama con rayas o con lunares, otros sin ninguna clase de pijama, con un collar negro o una cinta roja alrededor del cuello, con un gorro de dormir o sin gorros de dormir, con ojos de botón o de cristal, color ámbar o azul, con hocicos afilados o achatados, con patas cortas o largas, llorando, protestando, gruñendo, gimiendo, frunciendo el ceño, diciendo con una mirada que partía el alma “¡Ayúdenme a dormir! ”.
Debajo de esta foto grupal, había una serie de fotos individuales, más pequeñas, con el retrato de cada oso y la causa del insomnio.
Bertie: quiere ver la televisión.
Moluco: tiene sed.
Samoa: tiene dolor de panza.
Oscar: tiene dolor de muelas.
Alex: le molestan los ruidos de la calle.
Bobby: quiere ir al baño para hacer pipi.
Bernardino: tiene miedo a la oscuridad.
Igor: tiene celos del nuevo hermanito.
Gwendoline: tiene pesadillas.
Peter: le dan miedo los ruidos que hacen mamá y papá.
Chili Pepper: tiene piojos.
Brian: quiere que le sigan contando el cuento que se acabó.
Brummy: quiere contar ovejas hasta el infinito.
La invadió una oleada de inusitada alegría. Seguramente, a pocos metros, estaría esperándola el oso de peluche “Sueño feliz”, que haría dormir, una vez por todas, a Cindor, trayéndole el descanso a todo el mundo, haciendo reinar la paz en el hogar, protegiendo el sueño de su hijo como ciertos amuletos con forma de escarabajo del Antiguo Egipto.
Lamentablemente ya no era posible avanzar. Le cerraba el paso una multitud compacta, formada por padres en cuyos rostros podían reconocerse, a simple vista, los mismos signos que, desde hacía ya varios meses, la señora Adler se había acostumbrado a reconocer en su propio rostro, cada vez que se miraba en un espejo : cara demacrada, párpados hinchados, ojos inyectados en sangre… ¡Los estigmas del mal dormir! Reinaba una atmósfera eléctrica, provocada por el típico nerviosismo de los padres con hijos insomnes.
Pidiendo permiso, la señora Adler intentó abrirse camino, aprovechando el menor resquicio para introducir primero una pierna y luego la otra, haciendo avanzar el resto del cuerpo, infiltrando un brazo y luego el otro, tirando la cartera que se le había quedado atascada entre las caderas de dos mujeres, con forma de salchichón. Su intromisión no dejó de suscitar una ola de protestas y hasta un empujón que le propinó un padre, a quien el mal dormir le había hecho olvidar los gestos mínimos de cortesía. Cuando logró atravesar aquella masa humana, pegajosa y quejumbrosa, se encontró con una hilera de estanterías vacías.
— ¿Y los osos de peluche “Sueño feliz”?— le preguntó la señora Adler a la mujer que se encontraba a su derecha, con una nariz alargada de secadora de pelo Braun.
— ¡Buena pregunta! —le respondió Secadora de Pelo, con una voz ronca— ¿Acaso no lo está viendo con sus propios ojos? Acaban de llevarse el último oso “Sueño feliz”.
— Ahora —agregó otra mujer, que se encontraba a su izquierda, con una cara rectangular, de tostadora Philips— ahora no nos queda más remedio que esperar la llegada del próximo cargamento.
— ¿Esperar hasta cuándo?— preguntó la señora Adler, parpadeando.
— Tal vez unos días, probablemente una semana, seguramente un mes— le respondió Tostadora — ¿Se da cuenta? ¡Esperar un mes! Dentro de un mes, ya no estaré aquí para contarlo. Con mi marido ya no podemos más. Desde hace seis meses vivimos un infierno. No hay manera de hacer dormir a Agustina. Lo intentamos todo, con una paciencia que nuestros padres nunca hubieran tenido con nosotros, cuando éramos niños y tampoco podíamos dormir y no le hacíamos la vida imposible a nadie. Después de la cena, hacemos lo posible para crear en casa una atmósfera sepulcral, apagando el televisor, cerrando las ventanas, desconectando el teléfono, hablando con un hilo de voz. La paseamos en cochecito por toda la casa para cansarla. Para relajarla, le damos un baño con agua tibia, con un puñado de sales soporíficas. La acostamos, le cantamos una canción. Estos esfuerzos son recompensados. Al poco tiempo logramos que Agustina se duerma. Pero al cabo de una o dos horas, se despierta a los gritos y hay que recomenzar: crear una atmósfera de recogimiento, pasearla en cochecito por todo el salón, darle un baño de agua tibia, acostarla, cantarle una canción. Se vuelve a dormir. Pero a las dos horas se vuelve a despertar. Y hay que volver a comenzar: silencio, paseo, baño, canción. Se duerme, pero no tarda en despertase. ¡Es infernal! ¡Agotador! ¡Demoledor! Desde hace seis meses, no dormimos o dormimos con un ojo cerrado y el otro abierto, esperando que en cualquier momento se despierte. Mi marido y yo tenemos los nervios destrozados.
— Hay casos aún peores—dijo Secadora de Pelo Braun—como el mío. Nuestro primer hijo, Juan Fernando, fue un insomne muy precoz. Bastaba con acomodarlo en la cuna para que se pusiera a berrear como si estuviera en un quirófano para que el arrancaran las amígdalas. Como le ocurrió a ustedes, aplicamos todos los métodos habidos y por haber, que fracasaron, uno tras otro. Perdimos la más mínima esperanza de poder dormir una noche tranquila, de un tirón, como el resto de la humanidad. Nos transformamos en zombies. No rendíamos ni como padres, ni como pareja, ni en nuestros respectivos trabajos. Terminamos aceptando que Juan Fernando durmiera con nosotros en la cama.
— ¡Qué durmiera con ustedes en la cama!— dijo Tostadora, visiblemente espantada.
— Así es: que Juan Fernando durmiera con nosotros en la cama — respondió Secadora de Pelo, con un tono desafiante— Sepa que en la época de las cavernas, los miembros de la familia dormían todos juntos, en el mismo lugar, sobre un montón de hojas secas, tapados con pieles de bisonte. El marido junto a la esposa. La esposa, que también era madre, junto a los hijos. Los hijos, junto al padre, que también era marido. Y que yo sepa, en la época de las cavernas, no existía el insomnio. Todos dormían sin problemas, sin molestarse: los esposos, los padres, los hijos. ¡El insomnio es una invención de nuestra época!
A Tostadora Philips se le puso la cara rojo escarlata.
— Durante el tiempo en que Juan Fernando durmió con nosotros — prosiguió Secadora de Pelo, sin dejarse intimidar— tuvimos un período de paz, hasta el nacimiento de los mellizos: Juan Manuel y Juan Ezequiel. Como era de temer, los mellizos tampoco lograban dormir de un tirón toda la noche. A esta altura, resultaba imposible dormir con tres niños en una misma cama. Y lo peor de todo: también era imposible hacer dormir a estos tres niños en camas separadas. ¡Nuestros hijos se confabularon en un triple insomnio! Cuando lográbamos que Juan Fernando se durmiera, se despertaban Juan Manuel. Y cuando se dormía Juan Manuel, se despertaba Juan Ezequiel. Si usted ya no puede más con un niño insomne, imagínese lo inimaginable multiplicando este suplicio por tres. ¡Con mi marido estamos a tres dedos de cometer una locura!
— Por favor, no diga eso —dijo la señora Adler— Con toda seguridad, existe un oso de peluche “Sueño feliz”, capaz de hacer dormir de un tirón, toda la noche, a Agustina, a Juan Fernando, a Juan Manuel, a Juan Ezequiel, a Cindor y a todos los niños insomnes del mundo entero.
— El problema es que ya no quedan más— le dijo Secadora de Pelo, casi a los gritos. Ni aquí, ni en ninguna de las otras sucursales de Capital y Gran Buenos Aires.
— Pero en algún momento llegará un nuevo cargamento —replicó la señora Adler—Si en vez de llegar a última hora, llegamos a primera hora de la mañana…
— ¡Desengáñese! —se apresuró a decirle Tostadora Philips— Esta es la tercera vez que intento comprar un oso “Sueño feliz” y siempre ocurre lo mismo. La última vez llegué, no a última hora, como hoy, sino cuando la juguetería estaba abriendo sus puertas, ya había una fila interminable de padres con hijos insomnes que daba la vuelta a la manzana. Perdí toda una mañana haciendo una cola para encontrarme, como hoy, con las estanterías vacías.
— ¿Cómo es posible?— preguntó la señora Adler.
— Parece ser —dijo Tostadora—que algunos individuos inescrupulosos se aprovechan de nuestra desesperación. Llegan entre los primeros y compran grandes cantidades de osos “Sueño feliz”, para poder revenderlos más tarde, en detalle, a precios exorbitantes, en el mercado negro de osos de peluche. Hay padres dispuesto a todo, con tal de poder dormir. ¡Es terrible!
— ¡Sí, es terrible! — confirmó Secadora de Pelo Braun— No tendrían que vender más de un oso por persona, a no ser a las madres con hijos insomnes múltiples.
— Tampoco hay que dejarse hundir en la desesperación—replicó la señora Adler—  Si no nos queda más remedio que esperar, esperaremos, sin desesperar. Aunque sea un mes, seis meses, un año. Buenas tardes.

09
Mar
08

Febrero 5: un títere y el problema de la identidad

perro-oso.jpg

 

Ourson Eric me regaló un títere, cuya identidad plantea problemas. Para mí, era un perro. Pero para Eric, era un oso. No es el primer caso de oso que se hace pasar por perro o perro que pretende llegar a ser un oso. No sé si incluirlo en la colección. Tampoco quiero excluirlo.

Que los otros «blogueurs» resuelvan este espinoso problema.




Autor/Auteur

DIEGO VECCHIO, Buenos Aires, 1969. Reside en Paris desde 1992.

Publicó "Historia calamitatum" (Buenos Aires, Paradiso, 2000), "Egocidio: Macedonio Fernández y la liquidación del yo" (Rosario, Beatriz Viterbo, 2003), "Microbios" (Rosario, Beatriz Viterbo, 2006) y "Osos" (Rosario, Beatriz Viterbo, 2010).

Contacto: dievecchio@gmail.com

marzo 2008
L M X J V S D
 12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930
31