Octava entrega (por Anabear)
De pronto oyó un revoloteo de alas mientras la Madre decía, con resignación :
-Niño, dile que tenga cuidado con las flores, por favor, que siempre las maltrata. El otro día rompió el tallo de los tulipanes y una rama del lila y ya sabes que es viejo y delicado…
(En los cuentos florece cuando queremos y nieva en pleno verano si tal es nuestro deseo).
La osita salió al umbral, recelosa y la esperaba un espectáculo increíble. Si no fuera porque se sentía segura con esa familia tan amable hubiera dejado escapar un grito de terror al ver aquel animal tan extraño y juguetón, que se revolcaba, por el suelo, con el niño. Era un gato con alas. Un gato volador. Tenía una mirada dulce, aterciopelada, irresistible. El pelaje era gris con matices claros y oscuros, rayas y laberintos. Las alas eran transparentes a tal punto que todo el mundo se preguntaba si tenía realmente alas o si no era una ilusión. El niño recapacitó cuán extraña podía ser la situación para su huésped y le dijo que no tuviera miedo, que Fausto era un gato bueno, que luego se subirían los dos y se irían por los cielos hasta la casa de la Madre Osa. Aquel niño era inteligente y razonable. Se la pasaba todo el tiempo leyendo y pensando. A veces se olvidaba que el sueño de la razón produce monstruos. Pensaba emprender un viaje apacible. Cuando, a decir verdad, iba a enfrentarse con la realidad monstruosa…
(continúa)