Séptima entrega (por anabear)
La última vez les había contado que al abrir los ojos la osita con ricitos se había dicho que aquel niño era muy feo, pero que sabía que sería muy importante para ella. ¿Se acuerdan? No sé si les pasó algún día —y se lo deseo con toda mi alma ursina porque de lo contrario no habrían vivido algo digno de ser vivido— pero a veces cuando estamos en presencia de un desconocido sentimos por todos nuestros poros que esa persona será importante para nosotros. No sabemos en qué ni cómo pero lo sabemos. Sabemos que es una especie de «elegido», casi divino, que será determinante en nuestra vida y en nuestra construcción personal. Cada vez que me pasó tuve la impresión que este ser estaba en la tierra para «salvarme». No vean acá ninguna religiosidad, sino una metáfora o un gesto, que debería ser una busca de paz permanente y un carpe diem continuo… En fin, que la osita sintió que ese niño la salvaría. Se dijo simplemente que si la ayudaba a volver a su casa ya no estaría mal. Los padres seguían mudos y enternecidos. El niño abrió la boca y dijo:
– Ya es tarde para volver a tu casa pero mañana te llevaré con Fausto. Ya verás. Nos lo pasaremos muy bien.
La osita, claro, entendió perfectamente lo que decía . En los cuentos de Hadas y en cualquier texto dirigido a los niños la lengua es universal; los cuentos se sitúan todos en una Babilonia mítica. ¿No lo sabían? En este género de cuentos hay una multiplicación, como en Luigi Serafini que buscaba la conexión entre los objetos y los sucesos del mundo. La más mínima historia es todo un códice.
La osita y el niño se entendieron como se entiendieron el Deshollinador y la Pastora de porcelana, el viejo chino, abuelo usurpador, que quería casarla con el hombre esculpido del armario, hombre monstruoso, fauno hipotético con zuecos de chivo, cuernos y barba. Todo es posible en los cuentos. Hasta las cerillas pueden tener la magia de enseñar banquetes de navidad mientras dejan morirse de frío a una pobre niña abandonada (la imaginación salva el alma y pierde el cuerpo)…
Pero vuelvo a mi cuento : que como había solo tres camas, el niñito se acostó abrazado a la osita (el padre roncaba y se movía mucho en la cama; y un niño nunca se acuesta en la cama de su mamá). No me paro en contarles cenas porque en los cuentos no hace falta comer ni beber. Por la mañana, la osita se despertó sola en la cama. El niño había madrugado. Le llegaban al hocico olores de pan tostado y por la ventana se veía el cielo desperezándose… Cuando llegó a la cocina estaban los padres desayunando y en la mesa había la caja de las herramientas.
— Ahora que te despertaste— le dijo el padre a la osita— voy a poder dar martillazos.
Un oso se pone colorado, no por fuera, sino por dentro. La osita sintió que le cosquilleaba la cara de vergüenza porque la víspera ella también había roto la silla más bajita… El niño, que estaba fuera, entró dando un portazo y dijo a la osita que cuando estuviera lista se la llevaba hasta su casa y salió otra vez corriendo gritando :
— ¡Faustoooooooooo! ¡Faustooooooooooo!
La osita tuvo un leve escalofrío.
(continuará, supongo)