Archivo de febrero 2013

16
Feb
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16 février: electroclown party

«La mamamia, danse contre les peurs»

Théâtre Le sémaphore

Port de Bouc

Depuis 2003, Caroline Obin travaille sur la place de l’imaginaire dans le quotidien (les fabriques de liens, les calendriers, les 777…). Pour animer cet atelier, les trois personnages, Proserpine et ses deux acolytes DocBob et Captain Phok se sont auto missionnés pour incarner « La lutte contre la peur ». Le groupe de volontaires pour participer à cette aventure aura une mission fictive à incarner dans le réel.Cette lutte se concrétisera par la réalisation de deux flashmob les 12 et 13 février « La Mamamia, danse contre les peurs ». Une soirée dansante et spectaculaire pour finir cet épisode 1 de « MP13 Cirque en Capitales » à Port-de-Bouc sous le chapiteau installé à Bottaï. Une électro clown party animée par Proserpine, clown professeur de fête, flanquée de ses acolytes musiciens : DocBob et Captain Phok. Une forme hybride qui joue sur plusieurs niveaux de représentations, entre spectacle et forme participative. Proserpine souffle un vent de transgression et de courage qui libère les corps de leurs carcans. Par des propositions de jeu, de chorégraphies collectives et de refrains entonnés en choeur, elle nous invite à nous défaire de nos habitudes et crée un effet de contamination libératoire.

Mise en piste : Caroline Obin, Harry Holtzman
Musiques :Vincent Granger
Chorégraphie : Chiharu Mamyia
Costumes: Caroline Obin et Clarisse Guichard
Son : Benoît Marchand
Avec : Caroline Obin, Vincent Granger, Colviri Sok

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15
Feb
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15 février: L’atelier de l’œuvre

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L’atelier de l’œuvre:

dessins italiens de Raphaël à Tiepolo.

16 février 2013 – 12 mai 2013

Musée Fabre

39 Boulevard Bonne nouvelle, 34000 Montpellier

Commissaire de l’exposition: Eric Pagliano

Le parcours de l’exposition

Une œuvre d’art est le dernier acte d’une suite d’études graphiques. Le parcours de l’exposition en est le reflet. Cinq actes en (re)constituent la trame, cinq temps correspondant au travail du dessinateur concevant une peinture ou un tout autre objet. L’objectif : montrer des processus d’étude généraux et redonner au mot dessin sa dimension de projet qui était contenue lorsque ce terme s’écrivait jusqu’à la fin du XVIIIe siècle dessein. Depuis, le petit e est tombé : les deux sens ont été distingués à travers deux orthographes différentes. Et de document préparatoire qu’il était, le dessin sans e est devenu œuvre d’art à part entière alors qu’il n’en était que la promesse.

Les focus

Ce rôle de moteur conceptuel est développé par l’entremise de huit focus disséminés dans l’espace de l’exposition au sein desquels sont regroupés, lorsque cela a été possible, l’ensemble des dessins formant le dossier préparatoire – appelé également génétique – d’une œuvre d’art. L’enjeu : donner à voir à travers ce regroupement des processus particuliers d’étude, des méthodes de travail, des recherches graphiques propres à un dessinateur en retraçant un cheminement fondé sur la confrontation des éléments formant ledit dossier.

Les dispositifs d’étude

Les processus d’études graphiques sont complexes. C’est la raison pour laquelle a été élaboré un outil visuel cognitif cartographiant l’ensemble des dessins formant le dossier génétique d’une ou plusieurs œuvres en cours de création. Son mode de présentation est comparable à un atlas. L’ensemble du dossier se trouve visualisé sur un pan de mur ; une seule oeillade suffit pour l’appréhender. Ces assemblages d’images sont appelés des dispositifs d’étude. Trois ont été réalisés pour cette exposition. A chaque fois, il s’est agi de reconstituer des itinéraires génétiques en usant des possibilités offertes par le montage des reproductions et le jeu des associations qui s’en suit. Ils prennent la forme à la fois d’un tableau de bord – toutes les données matérielles y sont présentées résultant d’un choix critique – et d’une table d’opération – le montage proprement dit qui assure l’articulation des éléments entre eux et qui permet de créer du sens à travers l’utilisation d’un médium particulier ayant valeur de connecteur. Il s’agit de bandes colorées repositionnables et réversibles en papier japonais : elles traversent les motifs, les isolent, les associent, les combinent entre eux. Grâce à leur positionnement, il a été possible de mettre en lumière des processus, des manières de faire, des procédés de reprise et de transfert.
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09
Feb
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9 février: la réunification des deux corées

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2 de febrero: Una temporada en el infierno

Una temporada en el infierno

En Citomegalovirus, definido como «diario de hospitalización», Hervé Guibert documenta telegráfica y despojadamente la internación que padeció dos meses antes de su muerte

Por Débora Vázquez  | Para LA NACION

Fotógrafo intuitivo e íntimo, cineasta ocasional que raya lo obsceno y crítico inequívoco de la fotografía real (La photo, inéluctablemente) y de la ideal (L’image fantôme), Hervé Guibert (París, 1955-1991) fue un escritor implacable, de esos que no admiten separar vida de ficción, ni tampoco muerte de ficción. El reconocimiento de su VIH en Al amigo que no me salvó la vida -novela en clave que devela la causa verdadera de la muerte de su entrañable mentor Michel Foucault- es una prueba de esto. Otra prueba, menos mediática y controvertida, es la publicación póstuma de Citomegalovirus: diario de hospitalización. Este libro brevísimo, escrito en una clínica de los suburbios, apenas dos meses y medio antes de morir, reúne las anotaciones de Guibert durante las tres semanas que estuvo internado por una infección que hacía peligrar la visión de su ojo derecho. Acaso una «premonición invertida», sugiere supersticioso el propio autor, aludiendo a su novela Des aveugles.

Con un estilo simple y despojado, por momentos casi telegráfico, Citomegalovirus describe con virulencia el mundo hospitalario. El foco no está puesto aquí en la enfermedad -como sí ocurre en lo que se conoce como su trilogía del sida: Al amigo., El protocolo compasivo y L’homme au chapeau rouge- sino en esa estructura de encierro dantesca, o averno foucaultiano en que el paciente, según Guibert, es vigilado y castigado a toda hora. Si bien el uniforme a rayas es trocado por un camisolín azul y la bola de hierro encadenada al tobillo es sustituida por un pie de suero con las ruedas trabadas, Guibert no cree gozar de mejor suerte que los pecadores o los convictos. En el hospital la falta de higiene es rutina y los parámetros de belleza son definitivamente otros: «Antes me decían: ‘¡Qué hermosos ojos!’ o ‘¡Qué lindos labios!’. Ahora me dicen: ‘¡Qué lindas venas!'». Sin embargo, el blanco de su odio -un odio universal equiparable al de su admirado y corrosivo Thomas Bernhard- apunta a las enfermeras. Chismosas, resentidas, torpes o asesinas en ciernes, según la lente de Guibert: «Todas quieren cambiar de profesión».

A pesar del temor que estas «víboras» infligen en el narrador de Citomegalovirus, un temor infantilmente burgués pero no por eso menos digno -«Tengo miedo de que me hagan dormir en sábanas de papel o bajo una frazada de nylon»-, Guibert adopta desde el vamos una actitud insumisa: «Durante la cena, una sola cuchara para el guiso y el queso blanco. Por una cuestión de principio, les pregunto si quieren que se la limpie con la lengua». Como anticipa en las primeras páginas, su libro «ha de ser también un diario de guerra», es decir, un diario tan crudo y refractario a la propaganda como el que redactó Isaak E. Babel -uno de los textos que Guibert lleva a la clínica- a partir de su participación en la guerra civil rusa.

Además de la lectura de Paseos con Robert Walser -un escritor que junto con Hamsun, Handke y Bernhard engrosa las filas de una caprichosa categoría inventada por Guibert, la de «los escritores que nos hacen bien»-, y de la propia escritura que, según el autor, siempre funcionó como «una especie de antidepresivo», la tercera gran aliada del paciente francés durante la hospitalización es la ventana de su cuarto. A través de ella llegan los sonidos del afuera y la luz natural a la que, como todo fotógrafo, es irremediablemente sensible. Al igual que Verlaine cuando escribe desde su celda los versos de «El cielo está por encima del tejado», mirar por la ventana es para Guibert un plan de evasión, la única posibilidad de poesía en aquel ambiente hostil: «Esta mañana, intenté buscar en el cielo nublado acuarelas de Turner y Constable. A veces las hay».

Lo interesante de las anotaciones de Guibert radica en la variedad de su registro, de sus estados de ánimo, y en lo que el cruce de esa variedad provoca. Nada de lo humano parece serle ajeno. Así, la poesía de un cielo de principios de otoño coexiste con la imitación burlona de la jerga médica, con el humor por momentos sórdido, con la apreciación banal -«El lunes es mejor que el domingo en el hospital y en todas partes»- o con la intuición de lo siniestro: «Cuando me enteré de que el citomegalovirus me había atacado un ojo estaba solo en la habitación del hospital ambulatorio y del caño de la calefacción vi salir una araña negra».

El final del libro coincide con la obtención del alta médica y la prescripción de un futuro poco promisorio: una internación domiciliaria. Frente a este nuevo círculo del infierno que deberá transitar, Guibert se pregunta por primera vez si conviene seguir escribiendo o no, seguir viviendo o no. Indecisión retórica o pedido de socorro a la manera de Robert Walser, que apuntaba: «Pluma, si no me asistes, no sé cómo avanzar».

Cada uno de los fragmentos de Citomegalovirus tiene la impronta precipitada y frágil de la fotografía amateur o, mejor aún, la inmediatez e intimidad de aquellas mágicas Polaroids que no requerían de laboratorio. Se podría decir acerca de las anotaciones del diario de Hervé Guibert aquello que él mismo escribió sobre las últimas fotografías de André Kertész en Nueva York: «Utiliza la Polaroid porque a su edad ya no puede esperar el tiempo que tarda un revelado, por temor a que la muerte le arrebate la imagen».

http://www.lanacion.com.ar/1550443-una-temporada-en-el-infierno




Autor/Auteur

DIEGO VECCHIO, Buenos Aires, 1969. Reside en Paris desde 1992.

Publicó "Historia calamitatum" (Buenos Aires, Paradiso, 2000), "Egocidio: Macedonio Fernández y la liquidación del yo" (Rosario, Beatriz Viterbo, 2003), "Microbios" (Rosario, Beatriz Viterbo, 2006) y "Osos" (Rosario, Beatriz Viterbo, 2010).

Contacto: dievecchio@gmail.com

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